Opinión | Inventario de perplejidades

La amenaza del pantalón pitillo

Suele decirse que para dar remate a una vida plena hay que tener un hijo, plantar un árbol, y escribir un libro. Las dos primeras tareas las cumplimos con suficiencia y quedaba pendiente escribir y, a ser posible, editar un libro para completar la trinidad de nuestro compromiso con el futuro de la especie humana, sin demorarse demasiado.

Todos los nacidos en Galicia aprendimos en el santuario de San Andrés de Teixido que “vai alí de morto quen non foi de vivo”. Tenía pendiente el que esto escribe ese viaje iniciático y, pasada con amplitud la edad de la jubilación, que nos acercaba peligrosamente a los 82 años, me recordaron una vez más que no se puede prolongar la juventud ignorando que la estadística no perdona ni el atrevimiento ni la fanfarronería. Y cuando empiezas a considerarte inmune, te coge por el cuello hasta ahogarte o te rompe una vena para que se desborde la sangre por el interior del cuerpo sin perspectiva de reparación.

El catálogo de formas de morir es amplísimo e intimidante, aunque todos nos apuntaríamos a parar el río de la vida mientras estuviésemos profundamente dormidos o en un sillón atrapaculos frente al televisor, desde donde nos desinforman y estupidizan.

Me resistí todo lo que pude. “No soy un literato profesional —me excusé— y los innumerables artículos (en algún tiempo diarios) que haya podido publicar en periódicos, no tienen la altura literaria que merezca la pena conservar en una antología”.

Nos pareció una opinión muy respetable respecto de la multitud de autores de “novela negra”, de “novela histórica”, de “memorialismo autobiográfico” y de manuales de autoayuda, que a la hora de enfrentarnos reclaman la atención del público lector desde los escaparates de las librerías o en las casetas de las ferias, aguardando la aparición de sus autores favoritos para que les firmen un ejemplar.

Y aprovecho la ocasión para animar a los lectores a participar en la lucha contra la expansión del pantalón pitillo, una amenaza mundial con ese horrible aspecto de gallinácea patilarga que sostiene una barriga cervecera.

A medida que nos internamos en la vejez se incrementa dolorosamente la dificultad de hacer compatible la maniobra de introducir el cuerpo en los calzoncillos y en los pantalones sin perder el equilibrio. Y exponerse también a romperse la crisma en el territorio más peligroso del mundo, la sala de estar del propio domicilio.

Ni la cercanía de animales salvajes en lo más profundo de la selva africana puede compararse con el temor a tropezar y a caerse en el cuarto de baño mientras se pelea con un pantalón pitillo.

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